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Lola Mora

( Tucumán 1867 - 1936 )

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 Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, nació en abril de 1867, en la provincia de Tucumán. Ella fue distinta, ya que su talento como artista era único, pero sobre todo porque los términos mujer y escultora no se escuchaban de forma conjunta por esos tiempos en Argentina.

 Cuando cumplió los 18 años, sufrió la temprana muerte de ambos padres, lo cual la dejó bajo la tutela de su hermana mayor. Quizás esto la empujó a cuidar y responsabilizarse de sí misma, lo que le daría la libertad para ser quien quiso ser. Lola tomó clases de técnica de pintura y dibujo con el pintor italiano Santiago Falucci, e incluso incursionó en las últimas innovaciones técnicas de la época. En ese momento, comenzó a retratar en carbonilla a personas de la alta cuna tucumana, ingresando a el circulo de poder de la provincia.

 Exhibió sus pinturas, con mucho éxito, y las donó a la provincia. Tras esto, pudo conseguir una beca del Presidente Uriburu para irse a estudiar a Italia. Allí, conoció su verdadera pasión: la escultura.

 Lola viajó por toda Europa, y cuando retornó a la Argentina, ya como una artista consagrada, realizó esculturas hermosas que aún podemos visitar. Entre ellas, la más imponente es “Fuente de las Nereidas” (1903), que se halla en la costanera sur de la Ciudad de Buenos Aires. Parte del Monumento Nacional a la Bandera está esculpido por ella. Hizo varias estatuas para la Plaza de la Independencia (y la Casa de la Independencia) de San Miguel de Tucumán, y otras tantas en Jujuy, Salta, y en la ciudad de La Plata. Ella dejó su impronta por todo el país.

 Trabajar en pantalones trepada a los andamios esculpiendo mármol era el sueño de Lola Mora. Y lo logró. Lola Mora se enfrentó con la piedra en sentido literal y figurado. Por su arte rompió barreras, escandalizó, triunfó y fue condenada. La percepción que se tenía sobre ella y sobre su obra oscilaba entre reconocimiento y la reprobación. Por todo lo que se le negó y por todo lo que consiguió. Por el estigma con el que cargó toda su vida y porque tuvo que luchar el doble: a nadie se le perdonaba no seguir las normas de la época, menos aún a una mujer. Fue distinta por fuerte, por tenaz, por transgresora. Por ponerse los pantalones cuando todo el mundo quería verla en falda.

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